¿Qué es el precio unitario?
Mira, el precio unitario es el pan de cada día en las licitaciones públicas, no hay vuelta que darle. Básicamente, estamos hablando de cuánto te cuesta una sola pieza, servicio, o lo que sea que estés vendiendo al gobierno. Es el numerito que pones por cada unidad cuando mandas tu propuesta, el famoso “esto cuesta cada uno”, y créeme, puede hacer o deshacer tu oferta.
¿Por qué importa tanto? Porque la gente que recibe las propuestas va a comparar esos precios uno por uno; no se van a fijar sólo en el total, sino en cuánto estás cobrando por cada cosa. Es como cuando vas al súper y checas el precio por kilo, no sólo el precio del paquete. Si tu precio unitario está muy inflado, fuiste. Si es muy bajo, también te puedes ir despidiendo del negocio porque igual y terminas perdiendo plata.
Y ojo, que esto no es una ciencia exacta. Los precios unitarios cambian un montón dependiendo de cómo esté el mercado, cuánto te cueste producir, si tienes algún as bajo la manga, o si simplemente te levantaste con ganas de ganar la licitación a toda costa. Por eso hay que pensarlo bien antes de mandar cualquier cifra: hacer cuentas, checar a la competencia, ver si subió el precio del cemento, la harina, el internet, lo que sea que uses. Todo influye.
No falta el que piensa que poner el precio unitario más bajo es la movida ganadora, pero no siempre. Si bajas demasiado, capaz y ni te alcanza para pagar los materiales, y ahí sí que no hay vuelta atrás. Hay que buscar ese punto justo donde eres competitivo, pero no te vas a la quiebra.
A veces, el mismo gobierno pone límites: “No te pases de tal precio, ni bajes de este otro.” Típico. Así que revisa bien las bases de la licitación antes de aventarte.
En resumen, el precio unitario es clave, pero tampoco es un juego de niños. Si quieres tener chance en una licitación pública, tienes que entender bien cómo ponerlo, ni muy muy, ni tan tan. Hay que mirar tus propios números, lo que pasa afuera y lo que pide el que compra. Si no, mejor ni te molestes en participar, porque ahí sí, ni la suerte te salva.