¿Qué es el precio máximo de licitación?
El precio máximo de licitación —o el famoso “tope” del contrato, como le dicen algunos— básicamente marca el límite que una entidad pública está dispuesta a pagar en una licitación. Es como decir: “Hasta aquí llego, no me hagas trampas con precios inflados”. Eso lo ponen clarito en los papeles de la licitación, para que nadie se haga ilusiones de cobrar más de la cuenta.
¿Es importante este precio? Pues sí, y bastante. Es la manera que tiene el sector público de evitar que los listillos se suban por las ramas con sus ofertas. De paso, obliga a todos a jugar limpio y, en teoría, garantiza que los contribuyentes no paguen de más por algo que podría costar menos. O sea, quieren lo mejor por su dinero. Nada de despilfarros.
¿Y cómo demonios calculan ese precio? No es que lo saquen de la manga. Se fijan en el mercado, revisan cuánto han pagado antes por cosas parecidas, ven cuánto hay en la chequera y, claro, consideran lo que realmente necesitan. No es tarea fácil, créeme. Si se equivocan y se quedan cortos, nadie quiere ofertar. Si se pasan, bueno, están regalando dinero.
Para las empresas que quieren lanzarse a esto de las licitaciones, entender el precio máximo es vital. No te sirve de nada presentar una oferta que esté por encima del tope, porque te la botan sin pensarlo dos veces. Pero tampoco te emociones y bajes tanto que termines trabajando a pérdida. O sea, no es plan ser el más barato y luego llorar porque no te alcanzó para pagar ni los materiales.
Ojo, tampoco es que el precio lo sea todo. A veces pesan más cosas como la calidad, la reputación de la empresa, si puedes entregar a tiempo o si te has metido en líos antes. Vamos, que no sólo miran los números, también quieren saber con quién se están metiendo.
En resumen, el precio máximo de licitación es ese freno que pone el sector público para que la cosa no se descontrole. Si entiendes bien cómo funciona y presentas una oferta decente, tienes muchas más posibilidades de llevarte el contrato. Pero si vas a lo loco, olvídalo. Aquí no hay magia, sólo sentido común y un poco de estrategia.