¿Qué es un contrato de arrendamiento financiero?
Un contrato de arrendamiento financiero, o leasing para los amigos, no es más que un trato entre dos partes: el que pone la pasta (el arrendador, normalmente un banco o alguna empresa de leasing) y el que quiere usar el objeto de deseo (el arrendatario). El primero compra el bien, pero el segundo lo usa, pagando cuotas cada mes o cada trimestre, o como acuerden. Y sí, esto es el pan de cada día en licitaciones públicas y movidas del sector público.
El rollo es así: la empresa de leasing se compra, qué sé yo, una flota de coches, maquinaria o lo que toque, y se la alquila al cliente. El cliente la usa como si fuera suya, pero sin soltar toda la pasta de golpe. Cuando el contrato se acaba (normalmente después de unos cuantos años, nada de alquileres de fin de semana), el arrendatario puede quedarse el bien pagando una especie de “último pago” que suele ser bastante menos de lo que costaría nuevo. ¿Chollo? Bastante, sobre todo si no tienes ganas ni músculo financiero para pagar todo de una.
Y ojo, que el leasing no es solo para no pagar mucho al principio. Hay países donde las cuotas se pueden desgravar, así que, además de ahorrarte el sablazo inicial, también puedes rascarle un poco a Hacienda. La cuota que pagas suele traer dos cosas dentro: una parte va para pagar el bien (como si lo estuvieras comprando a plazos) y la otra parte es para los intereses, porque los bancos tampoco son una ONG, claro.
Legalmente, esto está regulado por la ley local y, si hablamos de contratos públicos, por toda la maraña de normas de contratación pública. O sea, si te metes en un lío de estos, tienes que tener claro qué te pide la administración y qué se puede hacer o no en tu país. No es plan de firmar a ciegas.
En resumen, el leasing es una buena jugada si tu empresa necesita equiparse para cumplir con contratos públicos sin dejarse un riñón al principio. Te ayuda con el flujo de caja y, a veces, hasta te da un respiro fiscal. Eso sí, antes de lanzarte, elige bien el bien, negocia cada cláusula, y ten claro si vas a querer comprarlo al final. Porque luego vienen los dramas y nadie quiere eso.
Así que, si tienes que montar algo gordo para una licitación y no quieres hipotecar hasta la cafetera, el arrendamiento financiero puede ser tu amigo. Eso sí, léete la letra pequeña y saca la calculadora, que aquí nadie regala nada.