¿Cuándo conviene rechazar una adjudicación?
Uf, rechazar una adjudicación de una licitación pública… vaya marrón, ¿no? Todo el mundo te dice que ganar licitaciones es el sueño de cualquier empresa, pero a veces, créeme, lo mejor que puedes hacer es decir “gracias, pero no gracias.” Y sí, puede sonar raro, pero hay situaciones en que aceptar ese contrato es básicamente cavar tu propia tumba empresarial.
Primero, si los términos del contrato son una pesadilla—plazos imposibles, penalizaciones ridículas por cualquier retraso, o condiciones que huelen a trampa—pues mejor salir corriendo. Hay contratos que, si los aceptas, acabas perdiendo más de lo que ganas. Y aquí no hay que ser valiente, sino listo: hay que leerse bien la letra pequeña y pensar en el futuro, no solo en el dinerillo inmediato.
Otra: el precio. Porque sí, ganar una licitación está genial para el ego y la foto en LinkedIn, pero si el precio no cubre ni los gastos, ¿qué sentido tiene? No somos ONGs. Si después de hacer números ves que el margen es tan estrecho que ni te cabe un alfiler… huye. De verdad. Que una mala adjudicación puede dejarte en números rojos y, encima, con dolores de cabeza.
Y ojo, que no todo es dinero. Si te falta gente, tecnología, pasta o lo que sea para cumplir con el contrato, ni lo intentes. Meterte en un lío sin recursos es la mejor receta para acabar con multas, sanciones y tu reputación por los suelos. No hay nada peor que prometer y no cumplir, sobre todo con el sector público, que aquí no perdonan una.
¿Legalidad? Pues sí, también cuenta. Si ves cosas raras en el proceso, prácticas que huelen a chamusquina o dudas de si todo está en regla, lo más sano es apartarse. Mejor evitar líos legales, que después las portadas de prensa no te las quita nadie.
Y, por último, la estrategia. Que igual justo ahora tu empresa está cambiando de rumbo, reorganizándose o apostando por otro sector. ¿Te vas a meter en un fregado que no encaja con tus planes solo por no decir que no? Ni de broma.
En resumen: sí, ganar licitaciones mola, pero no todas valen la pena. Hay que pensarlo bien, consultar con gente que sepa, y no dejarse llevar por la emoción. Porque a veces, lo más inteligente es simplemente pasar.