¿Qué son los principios rectores de la contratación pública?
A ver, hablar de los principios rectores de la contratación pública es meterse en un terreno donde todos juran que son súper justos y transparentes… y bueno, a veces sí, a veces no. La idea, en teoría, es que las reglas sean claras y todos los que quieran venderle algo al gobierno tengan la misma chance.
El rollo de la competencia es clave. Básicamente: que nadie tenga palancas ni privilegios raros. Si una empresa quiere entrarle, pues que pueda, ¿no? Por eso existen las licitaciones abiertas, donde cualquiera puede presentar su propuesta y ver si le pega al gordo. Es como un casting, pero en vez de buscar al próximo actor de telenovela, buscan quién les vende papel higiénico más barato (o lo que sea).
Otra cosa que no puede faltar es la famosa transparencia. Que todo se publique: las bases, los criterios, por qué ganó tal o cual empresa… nada de “lo dejo a tu imaginación”. Porque si no, ya sabes, la corrupción se mete hasta la cocina. Y aquí nadie quiere más escándalos de sobreprecios o favoritismos (bueno, casi nadie).
Luego está lo de igualdad de trato, que suena muy bonito en los folletos. No importa si eres un gigante internacional o una pyme perdida en la sierra, te deben tratar igualito. Sin trampas, sin trucos, sin discriminación. Si la regla es que entregues tu propuesta en sobre azul, pues todos en sobre azul, nada de “a este le aceptamos el amarillo porque es amigo”.
La eficiencia tampoco puede quedarse fuera. El gobierno no puede andar perdiendo el tiempo ni quemando dinero a lo loco. Así que, si pueden usar tecnología, apps, o cualquier cosa que haga el proceso más rápido y barato, deberían hacerlo. Por lo menos en papel, porque ya sabemos que a veces la burocracia es resistente al cambio.
Y claro, todo esto tiene que ir pegado a la ley. No se vale inventar reglas sobre la marcha ni saltarse pasos porque “así se acostumbraba”. Hay leyes nacionales, reglas internacionales y todo ese rollo legal que no te puedes brincar.
En fin, si todo esto se aplicara bien, la contratación pública sería casi como una utopía: compras justas, precios bajos, cero tranza y todos contentos. Si eres empresa y entiendes cómo funcionan estos principios, tienes más chance de llevarte un contrato y, de paso, ayudar a que el gobierno haga su chamba como debe. O bueno, al menos eso dice el manual.