¿Qué rol tienen las universidades en la contratación pública?
Las universidades, vaya que se meten en todo, ¿eh? Cuando se trata de contratación pública, no sólo están comprando bolígrafos y microscopios, sino que también salen a vender sus propios servicios. O sea, un día están subiendo presupuestos para comprar computadoras, y al siguiente están presentando proyectos de investigación para que alguna administración pública los contrate. Multifacéticas, como quien dice.
Y las reglas… madre mía, hay que sabérselas de memoria. En Europa, que si la Directiva 2014/24/UE; en Estados Unidos, otra sopa de letras diferente. No es sólo cuestión de saber hacer ciencia o enseñar, sino de entender el papeleo, los pliegos, los requisitos. Porque si te equivocas en una coma, te quedaste fuera de la licitación. Así de crudo.
Como proveedores, las universidades se ponen el traje y salen a competir por contratos de investigación, formación, consultoría… todo lo que puedas imaginar. Para eso, tienen que estar al día con las leyes y saber moverse en ese mundillo. Si no, ni te molestes en presentar propuesta porque te la van a tumbar en la primera revisión.
Pero ojo, también son compradores, y menuda lista de compras llevan: desde papel higiénico hasta espectrómetros que cuestan lo que un piso en el centro. Y ahí la cosa no es sólo comprar barato, sino comprar bien. Transparencia, igualdad de condiciones, y que el dinero público rinda. Si no tienen gente que sepa de contratación, se les va el presupuesto en tonterías o, peor, terminan en los periódicos por algún escándalo.
Eso sí, las universidades no sólo se quedan en lo básico. Muchas tienen sus propios másteres y cursos de contratación pública, formando a la próxima generación de expertos en el tema. Y los investigadores, claro, dándole vueltas al asunto para ver cómo mejorar los sistemas, hacerlo todo más limpio, más justo, más eficiente.
Y porque ahora está de moda (y bien que está), también meten criterios de sostenibilidad y responsabilidad social. Que si compras verdes, proveedores responsables, todo eso. Así, no sólo cumplen la ley sino que empujan a las empresas a portarse mejor. Un poquito de presión nunca viene mal.
Al final, las universidades son como ese amigo que está en todas las fiestas: compran, venden, enseñan, investigan y hasta intentan mejorar el mundo. Pero para no meter la pata, tienen que entender el juego de la contratación pública mejor que nadie. Si no, terminan perdiendo oportunidades, dinero y credibilidad. Y eso, en estos tiempos, no se lo puede permitir nadie.