¿Qué ocurre tras resultar adjudicatario?
Ganar una licitación pública… suena grandioso, ¿no? Pero, en serio, eso es solo el arranque del partido. Después de que te dan el visto bueno, toca ponerse las pilas con lo que viene: papeleo, más papeleo, y sí, un poco más de papeleo.
Primero, la entidad te manda una notificación de adjudicación —básicamente su forma elegante de decir: “Ey, nos gustó tu oferta, hablemos de contrato”. Ese papelito suele traer instrucciones sobre lo que sigue: pasos para formalizar el contrato y cualquier requisito extra que no se te puede pasar por alto, porque nadie quiere empezar con el pie izquierdo.
Después, prepárate para firmar el contrato. Cada entidad tiene su propio rollo, pero el menú típico es: revisar bien el contrato (letra chiquita incluida), juntar la documentación que piden (que nunca es poca), y dejar todo listo para arrancar con el servicio o el suministro de lo que sea. Ojo aquí, porque saltarte algún punto puede costarte caro. Vale la pena leer todo, aunque sea aburrido.
Y agárrate, porque casi siempre piden una garantía de cumplimiento. ¿Qué es eso? Básicamente, una promesa con respaldo en efectivo o aval de que vas a cumplir lo que dijiste. Si la riegas y no cumples, la entidad va sobre esa garantía para cubrirse las espaldas. O sea, mejor no juegues con eso.
También está el tema de la ley de contratos (sí, esa que nadie quiere leer pero todos deberían). El ganador tiene que mantener el contrato por el tiempo acordado y cumplir con todas las reglas del pliego y el contrato. Si metes la pata, prepárate para sanciones o, en el peor de los casos, que te boten del contrato.
Ya cuando por fin tienes todo firmado y sellado, empieza la parte real: ejecutar el contrato. Aquí toca entregar lo prometido, sin excusas ni retrasos. Y, por cierto, mantener la comunicación con la entidad es clave. Si surge algún lío o duda, mejor hablarlo de una vez que dejar que se haga bola de nieve.
Así que, sí, ganar una licitación es solo el banderazo de salida. Lo que viene después —firmas, garantías, cumplir cada punto y lidiar con la burocracia— es lo que de verdad cuenta. Si no estás listo para el maratón, mejor ni te pongas los tenis.