¿Cómo decidir a qué licitaciones presentarse?
Meterse en el mundo de las licitaciones públicas es, básicamente, como apuntarse a un casting gigante donde el premio es currar para el gobierno (o sea, no es poca cosa). Pero ojo, que no todas las licitaciones son para todos, ni de broma. Tocar todas las puertas sin mirar no es la jugada; hay que elegir bien dónde meter las narices.
Primero, a ver, las empresas tienen que ser realistas con lo que pueden hacer. ¿Tienes el equipo? ¿La pasta? ¿La gente para sacar adelante el lío ese? Porque si te pasas de listo y te apuntas a todo sin tener con qué responder, pues te estrellas. Y créeme, quedar mal con el gobierno no es divertido… ni barato. La reputación se va por el retrete rapidísimo.
Luego está el rollo de los objetivos. Si tu empresa quiere crecer en cierto sector, pues sí, busca licitaciones que vayan por ahí. Pero si el contrato no pega ni con cola con lo que haces o lo que buscas, igual ni te molestes. No todo lo que brilla es oro; a veces es solo trabajo extra que ni te suma.
Eso sí, antes de lanzarte, lee bien la dichosa licitación. Sí, sé que son ladrillos infumables, pero ahí están todos los detalles: qué quieren, cómo lo van a evaluar, qué papeles tienes que entregar… Si te falta algo, olvídalo, ni te van a mirar.
Ah, y no está de más echar un ojo a la competencia. ¿Quién más se va a presentar? Si hay un montón de empresas top en la pelea, igual tus chances son más bien pocas. No digo que huyas siempre, pero mejor ir con los ojos abiertos.
Y bueno, los riesgos. Siempre hay. Desde el dinero que te gastas solo en preparar los papeles (spoiler: a veces no ganas nada), hasta el marrón de no poder cumplir con lo que prometiste. Todo cuenta, así que calcula bien antes de lanzarte de cabeza.
En resumen: elegir a qué licitaciones presentarse no es cuestión de suerte ni de lanzarse a la piscina a ciegas. Hay que pensar, mirar bien tus cartas, analizar el terreno y decidir si vale la pena. Si lo haces bien, puedes pillar contratos que te hagan despegar. Si no… pues a comerse un marrón.